sábado, 20 de diciembre de 2008

"La era de las chapas" David Bajo Cero



El punk y todas esas variedades de música y estética “radikal” han hecho daño, nos guste o no, a los movimientos sociales y políticos de liberación. Los movimientos anarquistas, anticapitalistas, ecologistas, de liberación de la mujer... jamás han dependido de guitarras eléctricas ni de gomina, y con el rock “kañero” ha llegado la mistificación, la estética simplona y prefabricada, la simplificación de ideologías a través de prácticas embrutecedoras y maniqueas; el desprecio consciente o inconsciente del lenguaje y la cultura, incluida la realmente combativa; y por supuesto la apología y deificación de las drogas. Todo ello son cosas que nos alejan de lo que supuestamente intentamos: cambiar el mundo en cooperación con nuestr@s vecin@s.

Ha generado una especie de subcultura dentro de la contracultura, donde ese monstruo llamado “tribus urbanas” ocupa un lugar preferente. Esa es mi impresión.
Esto no quiere decir que no exista gente, en ese batiburrillo de grupos y “público”, que de verdad haga de la música un elemento transformador y de lucha; normalmente lo hacen porque no se limitan a tocar en un grupo o asistir a conciertos, sino que integran ese grupo en el resto de su actividad personal y colectiva.

Es absurdo, estúpido y contraproducente asociar estéticas y estilos de música a ideologías. Ni el punk es necesariamente de izquierdas ni anarquista. De hecho, nada hay más lógico que los movimientos fascistas adoren la música agresiva; el fascismo reverencia el dinamismo, la violencia y la virilidad, propia de estilos duros y agresivos como el "OI" y sus voces desbordantes de testosterona.

No nos engañemos pensando que existe un “auténtico” punk . La música, y sobre todo el rock es el objeto de consumo por excelencia de la juventud, y supone una fuente de ingresos tremenda para el poder económico; pero sobre todo, y esto es lo peor, supone una fuente de adoctrinamiento. Ya resulta aburrido por lo habitual ver a multimillonarios berreando música bastante extrema con unas pintas pretendidamente transgresoras. Al capitalismo el ruido no “le duele más”, ni las palabrotas, ni cagarse en Bush ni en el Papa. Hace dinero con todo ello y se fortalece.

Las entradas de la fiesta del PCE de 2006 se vendían en el Corte Inglés y The Lokos actúan en un festival llamado Pepsi-Rock y editan con Sony-BMG. No es necesario “llegar a más gente” si eso significa colaborar con entidades que revientan a la gente. Pero si, se llega a más gente, porque se hace con música y estéticas agresivas que intentan – y consiguen- mitigar y desviar el potencial transformador de tant@s jóvenes que perciben que hay algo que va muy mal en este mundo y que cambiar eso es posible. Jóvenes que ven en una estética y unos modos asociados a ella, definidos y uniformizados, una forma de encauzar la típica crisis intergeneracional, el desencanto frente a un mundo competitivo, violento y desigual, la impotencia frente a las inhumanas decisiones de los centros de Poder.
La cuestión es: ¿Qué nos hace pensar que el Poder no puede aprovechar esa misma circunstancia para sacarle partido?.

La apariencia es una materia sencilla, y sencilla de moldear, y satisface el afán de rebeldía y de diferenciarse de muchas personas. También sirve para en esa supuesta diferencia, agruparse en “tribus urbanas” que no son más que placebos, sustitutos de una identidad propia y tallada en la acción real. La acción real te hace configurarte como persona frente a las condiciones que vienen impuestas por la sociedad y el sistema que la domina: abierto de orejas, leer, escuchar, debatir, pensar, aprender y utilizar todo lo que absorbes en tanto persona activa.

La acción real no son esos bares repletos de maniquíes uniformados. Se puede colectivizar una vega de regadíos, y siempre se hizo así, sin conciertos de punk, ni chapas de La Naranja Mecánica, ni rayas de mierda sintética esnifadas en un mugroso urinario.

Todo eso no son más que aditivos que se han ido sumando, vaya usted a saber porqué, a la trayectoria de los movimientos transformadores. Y además, suelen distanciarnos bastante de “la puta sociedad”, sin la que no hay transformación posible. Estar emborrachándote a las 2 de la mañana, montando bulla y “reclamando la calle” con gritos de “Muerte al Estado”, con tus colegas de parche y chapa, debajo de los balcones de tus vecin@s que se levantan a las 6 de la mañana para currar y que las están pasando canutas para descansar, no creo que ayude a ningún obrero a ser consciente de su propia explotación.

No se cómo se ha llegado a esta alucinante simbiosis entre música/estética/estilos de vida prefabricados y acción política. O quizás no me atrevo a pensarlo: sí sé que las drogas son efectivos policías para desarticular generaciones enteras y que por eso hace treinta años entraron a saco en las cárceles, en Euskadi, en los barrios conflictivos... Sólo creo percibir que a través de la música/estética en general sólo se recoge, de manera desordenada y poco sólida, el cabreo generacional de cada quinta, y por tanto acaba desapareciendo a los pocos años, cuando las exigencias del mundo laboral y de la vivienda dejan poco hueco para ir a “konciertos en la okupa”… y por supuesto, mucho menos para comprometerse en serio con intentar cambiar esta mierda de mundo: para eso falta ser seri@, responsable, pensar y trabajar duro… Y eso no mola; lo que mola es gritar “anarkía y birra fría” junto a mi banda de punk kañera y sobre todo sentirse aceptado dentro de un grupo diferenciado y más o menos uniforme.

El punk, el rock “kañero”… se pueden disfrutar. Claro que sí. Pero son pura mierda comparados con los esfuerzos históricos de la clase obrera por alcanzar cultura y calidad de vida. Un concierto de grupos punkis en una sala de conciertos comercial es absolutamente nada comparado con el esfuerzo titánico de los jóvenes anarquistas de los pueblos castellanos por adecentar un local y convertirlo en ateneo libertario a principios de siglo.

Mientras, los locales de colectivos crían polvo y sufren cíclicos abandonos, porque los jóvenes que alguna vez se acercaron, acabaron aburriéndose, o descubriendo que las revoluciones las hacen personas y no seres perfectos, o comprobando que eso de la anarquía o el comunismo es algo más que pagar entradas de conciertos o beber alcohol en locales “del rollo”.


La cultura alternativa es precisamente la que plantea alternativas. Y uniformizar, mediante eslóganes, fetiches, estilos musicales, objetos y productos ritualizados y estereotipados no es plantear alternativas, sino arruinarlas desde su potencial génesis ideológica. Hasta tal punto que el capital ha generado mil y una formas de obtener plusvalía de ello.

(David Bajo Cero)

texto completo: http://www.insurgentes.es/reflexiones.html

1 comentario:

Anónimo dijo...

jejeje mucha razon lleva hoy en dia el mas pintas luego es el mas yonki y menos hace por su revolucion

Bueno su revolucion es ir a rave o conciertos e inflarse