miércoles, 28 de julio de 2010

Masacre de Ruanda y el interés de los gobiernos occidentales, la ONU y la Iglesia Católica


Ruanda es uno de tantos países africanos que delinearon sus fronteras después de que se retiraran quienes los habían conquistado durante un siglo. Algo que no les trajo paz, ya que las luchas internas entre las diferentes etnias que los habitan continúan actualmente. Luchas que en muchos casos alcanzaron niveles de masacre, en medio de conflictos políticos precisamente por la ambición de esas etnias de alcanzar el poder, en el cual se fueron alternando. Conflictos a los que no han sido ajenos las grandes potencias occidentales, que como es habitual manejan esos conflictos y quienes los protagonizan a su antojo, cual piezas de un sangriento ajedrez, apoyando política y financieramente, además de la ayuda “logística” a través de armamento, a cada uno de los bandos en pugna.

Este pequeño país alberga a varias etnias, aunque las que predominan son la Hutu (85% aprox.) y la Tutsi (15% aprox.), siguiéndolas a mucha distancia la tribu Twa, que a su vez ha quedado más reducida aún luego de las masacres en las que, muy a pesar suyo ya que son muy pacíficos, se vieron envueltos. Y esas dos etnias predominantes son las que han protagonizado cruentos enfrentamientos a partir de la independencia, conflictos que alcanzaron su punto máximo en la masacre de 1994. Tan fuertes son los conflictos entre hutus y tutsis que, además de hablar su propia lengua africana (el bantú), terminaron adoptando el idioma francés los hutus y el inglés los tutsi. Ello debido al papel muy marcado que tuvieron los países occidentales en el conflicto.

Culturalmente, la separación en hutu/tutsi, se trata de una división artificial, basada más en la clase social que en la etnicidad, dado que no hay diferencias lingüísticas o culturales entre los hutu y los tutsi. Históricamente, sin embargo, había diferencias físicas, principalmente en la altura media. Los hutu y los tutsi comparten la misma religión y lenguaje. Algunos estudiosos señalan también el importante papel que tuvieron los colonizadores belgas en crear la idea de una separación entre “raza” hutu y “raza” tutsi.

Bélgica, el país que había colonizado Ruanda, optó desde el comienzo de su dominio por privilegiar a la minoría tutsi hasta convertirla en una élite. Por su parte, la Iglesia impartió entre los hutus la noción de su superioridad y los colocó en puestos clave de la administración colonial. A su vez, Francia había firmado con Ruanda un acuerdo de suministro de armamentos en 1975, y en nombre de la francofonía apoyó al régimen dictatorial de los hutu radicales, mientras sus oponentes tutsis, se habían convertido en anglófonos. Estados Unidos siempre estuvo del lado de los tutsi, y actualmente patrocina la actuación de Ruanda, junto con Burundi y Uganda, en la guerra de rapiña que tiene lugar, desde hace años, en la República Democrática del Congo, la ex Zaire. Con estos antecedentes, a los que se sumó el reparto de intereses entre las potencias occidentales, se llegó a lo que fue conocido como “la masacre de Ruanda”, un genocidio que se desarrolló en sólo cuatro meses, entre abril y julio de 1994.

El 6 de abril de 1994 un misil tierra-aire derribó el avión en el que viajaban los presidentes de Ruanda, Juvenal Habiarymana, y de Burundi, Cyprien Ntaryamira, cuando estaba por aterrizar en el aeropuerto de Kigali, la capital ruandesa, muriendo todos los que iban a bordo. Este atentado y el caos que le sucedió desencadenaron las matanzas.

El gobierno de Ruanda, en ese momento en manos de los hutus, llamó a todos los hutus a asesinar a los tutsis, sobre quienes recayeron las sospechas por el atentado. Ese llamado a la masacre encontró también rápido eco en los medios de comunicación en manos del gobierno, que incitaron a la población a matar a todos los tutsis. Para ello los civiles se armaron con mazas, azadas, garrotes, machetes y hachas, elementos que utilizaron a mansalva. Hay que destacar que éste fue el hecho desencadenante, pero la tensión entre las distintas etnias se remonta mucho tiempo atrás.

Antes de que se iniciara el genocidio, se prepararon listas de los tutsis y dirigentes de la oposición que habrían de ser asesinados. Cabe señalar que ya en 1992 el Parlamento belga tenía información de que se preparaba una “solución definitiva” del problema étnico, pero nadie hizo nada. La facción hutu en el poder ya se había propuesto aplicar una “solución final” al enfrentamiento étnico que consistiera en “terminar el trabajo”, es decir no dejar vivos ni a los niños, a diferencia de otras situaciones anteriores, azuzada además por estar opuesta a la implantación de un plan internacional de paz promovido por varios países africanos en los acuerdos de Arusha, Tanzania, que preveía que hutus y tutsis compartieran el poder político. Fue así que se movilizaron enormes masas de civiles, con una organización cuidadosa y un resultado eficaz, ya que lograron aniquilar los objetivos que se habían planteado, mientras los miles de tutsis que pudieron huir se refugiaron en los países vecinos.

Se estima en unos 800.000 la cifra aproximada de muertos en esa masacre -lo que equivaldría a un 11% de la población total de Ruanda—, entre los que se encontraban también hutus moderados que se oponían a la violencia, algunos de ellos incluso unidos con tutsis por matrimonios. A la vez, miles de mujeres que lograron sobrevivir quedaron infectadas con el virus del SIDA, al haber sido víctimas de violaciones.

Ese genocidio terminó cuando los tutsi que se encontraban en el exterior se agruparon en el Frente Patriótico Ruandés (FPR). En julio de 1994 lograron tomar la capital, Kigali, y con ella el poder. Allí tuvo desarrollo la otra parte de la masacre. El FPR comenzó a perseguir a los hutus, hubieran participado de la matanza anterior o no. Muchos huyeron con sus familias hacia el vecino Congo, entonces llamado Zaire. Recién llegados comenzaron a verse imágenes en los medios de prensa -que antes no se ocuparon de la tragedia vivida- mostrando las largas caravanas de refugiados, la desesperación en las calles de la ciudad zaireña de Goma, hasta donde fueron perseguidos por el FPR con la complicidad del gobierno de Uganda y donde se estima que mataron a unos 200.000 hutus más.

Es así como no se puede achacar esta masacre de Ruanda exclusivamente a una parte u otra. Pero esos conflictos continúan hoy en día, en ocasiones a nivel de escaramuzas o “crímenes no resueltos”.

Los Twa, por encontrarse en medio de esa guerra entre hutus y tutsis, también resultaron víctimas de las matanzas, muriendo un 30% de ellos, y su ya escaso número quedó reducido a alrededor de 11.000, equivalente a sólo el 0,3% de la población total de Ruanda. Etnia sumamente pacífica, esa masacre, a la que se sumaron la pobreza extrema y las enfermedades, hicieron mella también en su habitual carácter alegre, que los hacía cantar y bailar con frecuencia.

El hombre fuerte
Paul Kagame, de 49 años de edad y perteneciente a la etnia tutsi, es el actual presidente de Ruanda. En octubre de 1990, mientras Kagame participaba en un programa de entrenamiento militar en Fort Leavenworth, Kansas (EEUU), el FPR invadió Ruanda. Kagame se convirtió en el comandante del FPR. Pese a algunos éxitos iniciales, una fuerza compuesta por militares belgas y franceses, hutus y soldados de Zaire forzaron la retirada del FPR. A fines de 1991 repitieron la invasión, nuevamente con éxito limitado. De todas maneras esas invasiones incrementaron la tensión étnica en la región. Comenzaron a llevarse a cabo entonces largas conversaciones de paz entre el FPR y el gobierno de Ruanda, que concluyeron con los acuerdos de Arusha, que incluían la participación política del FPR en Ruanda y la elaboración de una nueva Constitución para el país. Pero a pesar de esos acuerdos, las tensiones no se disolvieron. Fue así como se llegó al día del atentado contra el avión en el que regresaba a Ruanda su presidente, Juvenal Habyarimana, junto a su par de Burundi, el 6 de abril de 1994. Fue el día, también, en que se arrojó la primera piedra para que comenzara, desde el día posterior y extendiéndose durante 100 días, la “masacre de Ruanda”.

Varias fuentes, entre ellas miembros del propio FPR, la fuerza guerrillera liderada por Paul Kagame, señalan a éste como participante directo en aquel atentado, sabiendo lo que vendría a continuación. Incluso algunos observadores indican que “a Kagame no le importó sacrificar a sus compañeros tutsi con tal de quitar el poder a los hutus; sabía muy bien que al eliminar al presidente Habyarimana se iba a producir un caos en el país y se pondría punto final al proceso democrático”. Para conseguir sus objetivos, Kagame contaba con el apoyo prácticamente explícito de Uganda y de Estados Unidos, países que a su vez utilizaron a los ruandeses tutsi para derrocar al presidente de Zaire, Mobutu Sese Seko, colocando en su lugar a Laurent Kabila, ayudando a los rebeldes congoleños que llevaron a Zaire a ser rebautizado, en 1997, como República Democrática del Congo.

Sin embargo, los intereses de Estados Unidos en la región no eran solamente políticos. A partir de esos años, y continuando luego de la llegada de Kagame al poder con la complicidad aliada de Ruanda, Burundi y Uganda, en la ex Zaire comenzó a desarrollarse una guerra que aún hoy continúa, y que según algunas estimaciones lleva contabilizados alrededor de 2 millones de muertos. Esa guerra se produce por los recursos mineros del país como oro y diamantes, pero fundamentalmente por minerales raros como el niobio y el coltán, muy útiles para la industria aeroespacial y satelital norteamericana, además de otras aplicaciones como la telefonía celular. Despojo al que no es ajeno, dicho sea de paso, la multinacional Bayer, que participa junto a otras en las explotaciones.



Paul Kagame se instaló en el gobierno de Ruanda en julio de 1994, al terminar el genocidio de 100 días, accediendo en marzo de 2000 a la presidencia, en la que continúa hasta hoy. El 25 de agosto de 2003 ganó por abrumadora mayoría las primeras elecciones nacionales efectuadas desde que el FPR llegó al poder, en medio de informes de observadores de la Unión Europea referidos a irregularidades en los comicios y acoso a los partidos de la oposición.

Firme y obediente aliado de Estados Unidos, Paul Kagame ha sido a la vez muy crítico con el papel desempeñado por las Naciones Unidas durante el genocidio de 1994. Además, las críticas que dirigió a Francia por su actuación en el mismo, al no tomar medidas preventivas -recordemos que los franceses apoyaban y sostenían militarmente a los hutus-, ocasionó en marzo de 2004 una crisis diplomática entre ambos países.

El triste papel de Occidente y la ONU
En 1994 la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tenía destacadas en Ruanda fuerzas de paz, en los momentos y lugares en que se estaban cometiendo actos de genocidio.
La misión era más pequeña en número de lo que se había recomendado inicialmente, no se había preparado convenientemente y carecía de tropas debidamente adiestradas y de pertrechos adecuados. Con este panorama, las fuerzas de la MINUAR optaron por la pasividad cuando se inició el genocidio: no incautaron las armas que se distribuían a los milicianos, pese a tener la autoridad para ello, y en el momento en que se iniciaron las matanzas evacuaron el terreno y dejaron desprotegidas a las víctimas. Hubo algunos actos heroicos protagonizados por soldados de esas fuerzas de paz por elección propia, quienes perdieron la vida tratando de defender a los perseguidos.

Pese a todas las evidencias, la ONU, presionada por varios gobiernos occidentales, no calificó esas matanzas como “genocidio” hasta el 25 de mayo, cuando buena parte de la masacre ya se había consumado, y en lugar de enviar refuerzos a las tropas de paz optó por retirarlas de Ruanda, decisión adoptada por los estados miembros del Consejo de Seguridad. Así, las víctimas de la masacre quedaron en el más absoluto desamparo, y sus perseguidores con las manos totalmente libres para cometer con ellos lo que quisieran. Concretamente, el Consejo de Seguridad decidió reducir el número de soldados de MINUAR de 2.700 a 270, lo que ocurrió tras el asesinato de diez soldados belgas y del primer ministro de Ruanda, al que esos soldados protegían.
Cuando salieron a la luz las reales proporciones de la masacre el Consejo de Seguridad, a mediados de mayo de 1994, decidió autorizar el envío de 5.500 soldados de la ONU, pero entre la lentitud de los trámites y la preparación del traslado fueron pocos los que llegaron antes de que terminara la matanza, lo que se produjo cuando en julio asumió el control del país el Frente Patriótico Rwandés (FPR), liderado por Paul Kagame y dominado por los tutsi.

En el conflicto de Ruanda, la ONU demostró una vez más -como lo había hecho en la guerra contra Yugoslavia, o posteriormente en las regiones resultantes de la partición yugoslava, en el conflicto de Kosovo, y el lanzamiento de Estados Unidos de su guerra contra Irak- que su actuación ha sido vergonzosa. No hace sino dar la imagen de un organismo débil, inoperante, con el que las grandes potencias -Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China, instaladas como miembros permanentes e inamovibles en el Consejo de Seguridad- hacen de ella lo que les place y manejan también a su placer y conveniencia los hilos de la convivencia internacional.
El 15 de septiembre de 1999, una investigación independiente encargada por el Secretario General de la ONU, determinó varias de las fallas de las medidas adoptadas por las Naciones Unidas durante el genocidio de Ruanda. Las causas del total fracaso de la acción de las Naciones Unidas antes y durante el genocidio de Ruanda se resumían en el informe como “la falta de recursos y la falta de voluntad para asumir la responsabilidad de impedir o detener el genocidio”.

De los países occidentales que tomaron partido en el conflicto ruandés ya hemos citado algunos aspectos. Pero lo de Francia está alcanzando aspectos de verdadero escándalo incluso al día de hoy, ya que el fiscal del Tribunal Militar de París ha abierto una instrucción previa por “complicidad en genocidio y/o complicidad en crímenes contra la humanidad”, como consecuencia de la denuncia presentada por seis ruandeses a los que el juez actuante escuchó hace poco en Kigali, quienes acusan a los soldados franceses de haber ayudado a los genocidas durante la llamada “Operación Turquesa”, en 1994. Se ha abierto incluso una etapa judicial suplementaria en la instrucción que tiene como objetivo al ejército francés por su accionar en Ruanda al momento del genocidio de 1994. El fiscal militar de París anunció la apertura de una información judicial que apunta a soldados franceses no identificados hasta el momento.

La información judicial abierta solo afecta por ahora a dos de las seis denuncias presentadas. La primera aseguró a la juez de instrucción que “los milicianos hutus entraban en nuestro campamento y designaban a tutsis que los militares franceses obligaban a salir del campamento”, continuando: “Vi a los milicianos matando a los tutsis que habían salido del campamento. Digo, y es la verdad, que he visto a militares franceses matar a tutsis utilizando cuchillos brillantes de grandes dimensiones”, refiriéndose probablemente a bayonetas. Por su parte, Gisanura testimonió sobre la situación en el poblado de Biserero: “Los milicianos nos asaltaban y perseguían, y afirmo que los militares franceses asistían al espectáculo desde sus vehículos, sin hacer nada. Se trataba de franceses, porque hablaban francés, eran blancos y tenían la bandera francesa en la manga”.

Es muy posible que esta cuestión, como todas las que involucran a militares e incluso a una potencia como Francia, sea tapada o inicialmente pase por un proceso de demoras en su tratamiento hasta que sea convenientemente diluida hasta ser olvidada. ¿Cómo va a atreverse un pequeño país de negros africanos a enfrentarse con la civilizada Francia?



El triste papel de la Iglesia
Hay testimonios que acusan a sectores de la Iglesia católica de complicidad, pasiva o activa, en el genocidio de 1994. Según un informe de la ONU de noviembre de 2009, las milicias hutus del Frente Democrático de Liberación de Ruanda (FDLR) "habrían recibido regularmente apoyo político, logístico y financiero de gente vinculada a fundaciones católicas”, como por ejemplo “El Olivar” e “Inshuti"; y también fondos provenientes, por ejemplo, "directamente del Gobierno de las islas Baleares".

Desde la colonización y evangelización del país (poblado por un 80% de hutus y un 10% de tutsis), hacia el año 1900, la Iglesia jugó un papel no sólo religioso sino político. En su trabajo, los misioneros católicos se toparon con la resistencia de los tutsis y gozaron, en cambio, de una gran benevolencia hutu. Si bien no se puede acusar a la Iglesia de haber creado las diferencias entre las etnias hutu y tutsi, han contribuido a arraigar y justificar la división de dos grupos que jamás se habían enfrentado a lo largo de siglos sino en trifulcas de intereses entre agricultores tutsis y pastores hutus. Etnólogos y misioneros pensaron haber hallado en África un terreno en el que aplicar las teorías raciales propias del siglo XIX.

En 1931, la Iglesia obtuvo la destitución del rey tutsi Muyinga, contrario a la cristianización de su pueblo. Numerosos clérigos y miembros de la jerarquía se implicaron en la propagación de "esquemas racistas", por ejemplo en la obra del Padre Albert Pagés o del obispo León Classe. Después del Padre Lopias, el abate Alexis Kagamé propagó esquemas racistas en la lengua local. En 1933, los "padres blancos" fundaron el periódico católico "Kinyameteka", que más tarde propagaría la ideología "Parmehutu", en donde el tutsi es un "no cristiano", "anti-blanco", "mentiroso", "inteligente y artero"; mientras que el hutu es "trabajador, "indígena dócil", "amigo del blanco".

Con el monopolio absoluto de la enseñanza , la Iglesia multiplicó la formación de abates y seminaristas hutus, con el fin de realizar en Ruanda un "reino de Cristo" y en 1946 el rey Mutara III, escogido por la Iglesia, consagró oficialmente el país a "Cristo Rey". La conversión al catolicismo se volvió la puerta obligada para acceder a cualquier empleo colonial.

Pero el viento de independencia que soplaba en los años cincuenta reforzó el nacionalismo "comunista" y "ateo" de los tutsis. En 1957, los hutus cercanos a la vicaría ruandesa redactaron un manifiesto según el cual los tutsis son intrusos llegados del Nilo, a donde han de regresar. "El Sermón sobre la Caridad" de 1957 de monseñor Perraudin y su carta pastoral racista de cuaresma del 11 de febrero indujeron directamente la "matanza de Todos los Santos" de 1959, durante la cual paisanos armados con machetes quemaron las haciendas de los tutsis, dejando decenas de miles de muertos y no menos refugiados. Cuando en 1963 los refugiados tutsis intentaron volver a Ruanda, ahora república independiente, decenas de miles fueron asesinados en la "Navidad roja".

A partir de la independencia, el domino de la Iglesia se acentuó, en particular el de su ala derecha, el Renouveau Charismatique y el " departamento secreto" del Opus Dei. En 1973 se puede hablar del régimen hutu del presidente Habyarimana como de una dictadura católica en un país casi totalmente católico.

En las actas de 16 de mayo de 1997 de la comisión parlamentaria belga, numerosos testimonios acusan directamente a la Iglesia católica y sus ramificaciones. Sacerdotes, obispos, arzobispos, abates, curas, misioneros y miembros de Opus fueron oficialmente acusados de complicidad, pasiva o activa, en el genocidio de 1994. Según el investigador belga Pierre Galant, 816 machetes fueron comprados y distribuidos por Caritas-Ruanda en 1993. El padre blanco Johan Pristil, partidario ferviente del "hutu-power", participó en la creación de la Radio Mil colinas, tradujo Mein Kampf (el libro escrito por Adolf Hitler) al kinyaruanda y vio a los tutsis como a los "judíos de África". Se hallaron 30.000 cadáveres en su parroquia en Nymba. La radio Mil colinas-o la radio de la muerte-predicó la matanza día tras día.

El cura Athanase Seromba (acogido en Florencia, Italia) fue condenado a 15 años de prisión por genocidio y crímenes contra la humanidad por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda. Según el tribunal, el cura ordenó derribar la parroquia de Nyange, donde se refugiaban más de 2000 personas, la mayoría de la comunidad tutsi.

El tribunal Criminal de Ruanda con base en Arusha, levantó cargos por genocidio en contra del cura católico Emmanuel Rukundo. Se considera probado que “aprovechó su autoridad e influencia para promover el secuestro y asesinato de los refugiados”, y que “tenía la intención de destruir al grupo étnico tutsi”.

Las hermanas monjas Mukangango y Mikabutera fueron condenadas a 12 y 15 años por los tribunales de Bélgica (el país a donde escaparon) por haber entregado a los tutsis refugiados en sus conventos. La primera también fue condenada por comprar el combustible usado por los genocidas.

Elizaphan Ntakirutimana fue condenado a 10 años de prisión por hechos similares.
El padre belga Guy Theunis está acusado de 10 cargos de genocidio. Era responsable de la revista “Diálogo” en la cual se publicaron artículos incitando a cometer matanzas contra los Tutsis. El cura dijo que seguía órdenes de sus superiores cuando firmó los documentos y que las decisiones eran tomadas por el jefe de la congregación, el también belga Jef Vleugles. El fiscal Emmanuel Rukangira dijo que Theunis incitó al genocidio al publicar en su revista Dialogo artículos que originalmente fueron publicados en la revista extremista Kangura. El ex editor de la misma, Hassan Ngeze, ya fue sentenciado a cadena perpetua por la corte de Naciones Unidas por el genocidio ruandés.

Genocidas notorios se esconden y son protegidos en conventos, monasterios y parroquias.
En Francia, el abate Munyeshyaka y otros están protegidos por las autoridades civiles y políticas de las acusaciones por implicación en las matanzas. Muchos sacerdotes genocidas ruandeses lograron huir a Europa y Canadá.

Aunque se demuestra que hay una gran implicación directa de la Iglesia o miembros de la Iglesia en el genocidio, quizás sea totalmente generalizada la implicación indirecta de la misma: "Podíamos haber hecho mucho más para evitarlo. No usamos nuestra influencia para detener las matanzas", confiesan varios de los religiosos, nunca sus obispos.



El futuro de Ruanda
Las perspectivas para Ruanda no resultan muy esperanzadoras: el poder se encuentra en manos de un círculo cada vez más reducido de tutsis en torno al “hombre fuerte”, Paul Kagame; los hutus mantiene sus iniciativas armadas; el gobierno ruandés participa además activamente en la guerra del Congo; la represión gubernamental se mantiene muy intensa; la situación económica es muy grave: el 70% de la población vive bajo el límite de pobreza; la aplicación de la justicia es lenta, ineficaz y desigual, con 120.000 detenidos a los que no se les ha abierto proceso, de los cuales muchos mueren por las condiciones en que se encuentran, en tanto suele ocurrir que un detenido liberado es asesinado; el hecho de que el genocidio diezmara a los intelectuales del país agrega dificultades para su recuperación; y no existe ninguna iniciativa oficial en favor de la reconciliación.

Sin embargo, han ido apareciendo algunas señales positivas: además de que se van reconstruyendo viviendas, comienzan a proliferar las asociaciones de ciudadanos comunes y corrientes, como las de mujeres generalmente solas y con terribles experiencias a cuestas; las de defensa del medio ambiente; las cooperativas de crédito; etc. Pero la más influyente es la asociación que nuclea a las víctimas, denominada “Ibuka” (Recuérdalo), que trabaja contra el olvido y la negación y mantiene algunos lugares destruidos como recordatorios.

La masacre de Ruanda, otra de las guerras olvidadas en las que se han perdido centenares de miles de vidas humanas, por lo general de la población a la que nada le preocupa el juego político de quienes la gobiernan y sólo pretenden vivir en paz con sus cultivos, su ganado o su alfarería. Víctimas de un sangriento juego de ajedrez que disputan, utilizándolas como peones, las grandes potencias mundiales y cuyo premio al ganador puede ser un ambicionado mineral, los recursos petrolíferos o todo a la vez.

martes, 13 de julio de 2010

Mundial de fútbol 2010: Sudáfrica: 6.000 millones de euros de gastos en el país más desigual del mundo



El Mundial de Fútbol 2010 de la FIFA debe ser expuesto como la completa farsa que es. El ZACF condena duramente el atrevimiento y la hipocresía del gobierno al presentar el evento como una oportunidad "única en la vida" para el desarrollo de aquellos que viven en Sudáfrica (y el resto del continente). Lo deslumbrantemente claro es que la "oportunidad" es y sigue siendo de la frenética sed del capital mundial y nacional y la élite gobernante sudafricana. De hecho, por decir lo menos, el evento probablemente tendrá más consecuencias devastadoras para los pobres y la clase obrera sudafricana, un proceso que ya está en funcionamiento.

En la preparación para recibir el Mundial el gobierno ha gastado cerca de R800 billones -6000 millones de euros- (R757 billones en desarrollo de infraestructura y R30 billones en estadios que nunca más serán llenados), una gigantesca bofetada en el rostro de aquellos que viven en un país caracterizado por su pobreza desesperada y por una tasa de desempleo que bordea el 40%. En los últimos cinco años los trabajadores pobres han expresado su indignación y desacuerdo respecto al fracaso del intento del gobierno de reparar la enorme desigualdad social en alrededor de 8.000 protestas por servicios básicos y vivienda en todo el país. Esta pauta de gastos es una evidencia más del mantenimiento del fallido modelo capitalista neoliberal y su economía "del goteo", que no ha hecho más que profundizar la desigualdad y la pobreza a nivel global. A pesar de haberlo negado antes, el gobierno ha admitido recientemente esto dando un giro, y ahora finge que el proyecto "jamás tuvo la intención" de generar ganancias.

Sudáfrica necesita desesperadamente infraestructura pública de gran escala, especialmente en el sector del transporte público, que en algunas ciudades - como Johannesburgo - está casi completamente ausente. El Gautrian [tren de alta velocidad], que fue lanzado el Martes 8 de Junio (justo a tiempo para el gran evento) es probablemente la mayor ironía: en un país en el que la gran mayoría cuenta con inseguros mini-buses taxis privados para recorrer grandes distancias diariamente, el Gautrain ofrece alta velocidad, lujoso transporte para los turistas y aquellos que viajan entre Johannesburgo y Pretoria... al menos para los que pueden pagarlo, tomando en cuenta que un simple viaje entre el del aeropuerto a Sandton cuesta la gran suma de R100. La misma imagen se muestra por todos lados: la Compañía de Aeropuertos de Sudáfrica (ACSA) ha gastado cerca de R16 billones en mejorar los aeropuertos, la privada Agencia Nacional de Carreteras Ltda. (SANRAL) ha gastado casi R23 billones en una nueva red de carreteras con peaje, que significará estrictas medidas de recuperación de costos para devolver los billones invertidos, y la mayoría de lo cual será solo un ínfimo beneficio para el pueblo pobre sudafricano. A lo largo de todo el país las municipalidades han emprendido planes de regeneración urbana... acompañados de planes de aburguesamiento, tal como los intentos del gobierno de empapelar rápidamente la dura realidad sudafricana.

Alrededor de 15.000 personas sin techo y niños de la calle han sido acorralados y botados en refugios en Johannesburgo; en Ciudad del Cabo la municipalidad ha desalojado a miles de personas de áreas pobres y campamentos ilegales como parte del proyecto de "embellecimiento" de la Copa Mundial. Ciudad del Cabo (sin éxito) intentó desalojar a 10.000 residentes de Joe Slovo [uno de los asentamientos ilegales más grandes de Sudáfrica] de sus hogares para esconderlos de los turistas que viajaban por la autopista N2, y en otros lugares se han eliminado para hacer espacio a estadios, estacionamientos para los fanáticos o estaciones de tren [2]. En Soweto, las calles han sido embellecidas a lo largo de las principales rutas de turistas y de la FIFA, en tanto las escuelas adyacentes lucen ventanas rotas y construcciones que prácticamente se vienen abajo.

Si bien muchos sudafricanos se mantienen sin convencer, otros son inundados y arrastrados por el diluvio de propaganda nacionalista que apunta a desviar la atención del circo que es el Mundial. Cada Viernes ha sido considero "Viernes de fútbol", día en el que se alienta a la "nación" (y se fuerza a los chicos de la escuela) a lucir remeras de Bafana-Bafana [la selección nacional africana]. Los autos son equipados con banderas, la gente aprende a bailar el "Diski-dance" que es bailado en cada restorán turístico, y se compran muñecos de la mascota Zakumi. Todo escéptico a este show es denigrado como antipatriótico: el principal ejemplo aparece cuando la huelga del Sindicato Sudafricano de Trabajadores del Transporte y Aliados (SATAWU) se deja de lado "por interés nacional" [3]. En un contexto en el que cerca de un millón de trabajados han sido perdidos en el curso del año pasado, las celebraciones del gobierno de que la copa mundial ha creado cerca de 400.00 puestos son vacías e insultantes. Los trabajos que han sido creados a la carrera son en su mayoría casuales o con "Contratos a plazo fijo", tomados por los trabajadores que no están sindicalizados y que son pagados muy por debajo del salario mínimo.

Aparte de la represión de los sindicatos, los movimientos sociales han recibido una hostilidad similar de parte del Estado, que ha puesto extraoficialmente una prohibición absoluta a toda protesta durante el curso del evento. De hecho, hay cierta evidencia de que esto se ha llevado a cabo ya desde el primero de Marzo. De acuerdo a Jane Duncan [del Instituto de Libertad de Expresión]:

Un impactante informe realizado a fines de la semana pasada acerca de las otras municipalidades que son sede de partidos del Mundial ha revelado que una prohibición total a concentraciones está en funcionamiento. En palabras de la municipalidad de Rustenberg, "los encuentros están cerrados por el Mundial". La municipalidad de Mbombela recibió un informe de parte del SAPS [servicio policial sudafricano] de que no iban a permitir concentraciones durante la Copa Mundial. El Concejo Municipal de Ciudad del Cabo ha declarado que continúa aceptando solicitudes de marchas, pero señaló que "sería un problema" durante el periodo del Mundial. De acuerdo a las municipalidades de Bahía Nelson Mandela y Ethekwini, la policía no permitirá concentraciones a lo largo del periodo del Mundial [4].

Aunque es claro que la constitución, a menudo aclamada por su "progresismo", está lejos de ser garante de la libertad y la igualdad que el gobierno dice que es, esta nueva forma de represión está claramente en contradicción con el derecho constitucional de las libertades de expresión y reunión. Sin embargo, los movimientos sociales en Johannesburgo, incluyendo al Foro Anti-Privatización y muchos otros, no se han dado fácilmente por vencidos, habiendo hecho gestiones para conseguir autorización para una marcha de protesta el día de apertura con la ayuda del Instituto de Libertad de Expresión. No obstante, la marcha está siendo forzada a ser contenida a tres kilómetros del estadio, en donde no atraerá el tipo de atención mediática que al gobierno preocupa.

No ha sido solo el Estado el que ha sido severo en términos represivos con los pobres y con cualquier actividad o manifestación en contra del Mundial en el marco de pintar a Sudáfrica como un anfitrión abierto de brazos que invita a acudir en masa a sus hoteles de alta categoría, posadas y cocteles, sino que lo hace bajo la orientación de aquel imperio legal de Sepp Blatter y sus amigos llamado FIFA. No solo esperan beneficiarse de una ganancia inesperada de cerca de 1.2 billones de euros, sino que han ganado ya alrededor de un millón de euros solo con los derechos de los medios de comunicación. Los estadios, y las áreas que los rodean, que han sido transferidos a la FIFA por la duración del torneo (literalmente "libres de impuestos", creando áreas controladas y monitoreadas por la FIFA exentas de los impuestos normales y otras leyes estatales), y todas las rutas hacia y desde los estadios han sido limpiadas por la fuerza de todo aquel que venda productos no autorizados de la FIFA y de aquellos que sobreviven en campamentos ilegales a lo largo de las rutas del aeropuerto. Lo mismo ocurrió con las personas que contaban con las ventas del Mundial para aumentar sus ingresos para sobrevivir, que son abandonados al "goteo" de la economía.

La FIFA, como dueña exclusiva de la marca de la Copa Mundial y sus productos derivados, tiene además un equipo de aproximadamente 100 abogados revisando el país por cualquier venta no autorizada de esos productos o comercialización de la marca. Dichos productos son confiscados y los vendedores son arrestados a pesar del hecho de que la mayoría de las personas en Sudáfrica y del continente compran sus productos del sector del comercio ilegal, en tanto pocos tienen R400 para gastar en camisetas de equipos y otros. También ha amordazado efectivamente a periodistas con una cláusula acreditada que previene que las organizaciones de medios de comunicación desacrediten a la FIFA, comprometiendo de forma clara la libertad de prensa [5].

La mayor ironía es que el fútbol fue alguna vez verdaderamente el juego de la clase trabajadora. Ver partidos en vivo en estadios era barato y fácilmente accesible para las personas que optaban por usar 90 minutos de su vida en olvidar la pesadez diaria en la que vivían bajo la bota del patrón y del Estado. Hoy, el fútbol profesional y la Copa Mundial da ganancias exorbitantes a un pequeño grupo de la élite global y nacional (con billones innecesariamente gastados y en tiempos de una crisis global del capitalismo) que cobran a los clientes miles de rands, libras, euros, etc. temporada a temporada para ver con molestia a futbolistas que cobran excesivos sueldos caer y rodar ante el menor empujón, y que discuten, a través de agentes parasitarios, acerca de si merecen o no sus enormes sueldos. Un juego que en muchos aspectos mantiene su belleza estética, que ha perdido su alma de clase obrera y ha sido reducido a otra mercancía a explotar.

Bakunin dijo una vez que "la gente va a la iglesia por las mismas razones por las que va a la taberna: para perder la conciencia, para olvidar su miseria, para imaginarse, aunque sea por unos minutos, libres y felices". Quizá, entre las enceguecedoras banderas nacionalistas flameando y el sonido de las vuvuzelas [cornetas], podemos sumar el deporte a su ecuación y agregar que puede parecer más fácil olvidar que tomar parte activa en el combate contra la injusticia y la desigualdad. Hay muchos que lo hacen, sin embargo, y los pobres y la clase obrera son menos maleables a la ilusión de lo que al gobierno le gustaría creer. Desde los acampes temporarios a la puerta de los estadios, hasta las protestas y manifestaciones masivas, pasando por las acciones huelguistas en el campo, autorizadas o no, a pesar de las burlas y los abucheos y las categorías de "anti-patriótico" o las prohibiciones a la libertad de expresión, haremos oír nuestras voces desafiantemente para exponer las terribles desigualdades que caracterizan a nuestra sociedad y a los juegos globales llevados a cabo a expensa de las vidas de aquellos sobre los que se han construido los imperios y que serán, tarde o temprano, destruidos.

Esta declaración fue publicada por el Zabalaza Anarchist Communist Front [Frente Anarco Comunista Zalabaza]

Extraído de: http://www.ainfos.ca/ca/ainfos10965.html

Waka waka. Porque esto es África.

Porque la vida en África no es ninguna fiesta: